Parole

Danilo De Marco - Anaconda-Ecuador: entrevista a Danilo De Marco (2009)

Usted considera que el valor testimonial de la imagen fotográfica está por sobre su valor estético?

Nunca he pensado en estas dos condiciones de valor como separadas. El término estética, que nos dejaron por primera vez los griegos, está compuesto por dos otras palabras: sensación y percepción. Testimonio es un ir a través e implica una duración: no creo sea, como afirman grandes maestros de la fotografía, encontrarse «en el lugar justo en el momento justo» y, obtenido el resultado, irse como puede hacer un ladrón; o dar la caza a alguna imagen impactante como le pasa, por ejemplo, a muchos fotógrafos de guerra o a otros especialistas de cataclismos naturales: imágenes que se ponen buenas como espectáculo y provechosas para un mercado que no quiere la lentitud del tiempo de la reflexión, sino al contrario la velocidad del consumo y de la recaudación inmediata. Esto es algo que engloba la realidad, en lugar de pautar los hechos para comprenderlos: hacerlos propios.
Testimonio es un “hecho” que nos pertence a todos. Que me pertenece porque es la razón de mi estar en el mundo… y de aquel mundo yo también soy, ahora, de alguna manera, responsable. Testigo.
Testimonio no es tampoco captar - oh Goethe - el instante fugitivo, estereótipo ahora popular con el irrefrenable desarrollo de la fotografía en la época de la reproducibilidad técnica, y hecho inverosímil y obsesivo cuanto inquietante manía de los bobos.
Una imagen puede querer ofrecernos « máxima realidad» pero también « máxima irrealidad», y por esto el objetivo no tiene que tragar lo que encuadra y digerirlo para luego expulsarlo lo antes posible.
La experiencia del testimonio a veces nos enfrenta también a crueldad y desilusiones: que pueden llegar a ser la melancólica conciencia de la fragilidad de la condición humana - un bocado a veces muy amargo - pero que tiene que intentar volverse en elemento fundamental de la esperanza.
La espera, la relación, la empatía, el identificarse necesitan de tiempo: de duración. Son sensaciones y percepciones que es necesario hacer propias y guadar adentro; es lo que significa haber vivido, sufrido, resistido. Enfrentar los problemas vitales sepultados detrás de la forma.
Por esto creo que el testimonio junto a la foto estéticamente exitosa expresada también a través de un estilo, pueden ser el espejo de cuanto en cambio es «estúpida y arrogante y frívola la elegancia privada de su alma». Y cuando no trampea con si mismo deja algo: memoria.
Pero también aquí -dijo Benjamin- ¡qué es la memoria sin experiencia! Y es una historia sin fin y no el final de la historia como dicen algunos filósofos.
Cuando Caravaggio pintó la Muerte de la Virgen comisionada por el clero de Santa Maria de la Scala, no titubeó en presentar a la Virgen como a una « mujer muerta hinchada», prostituta encontrada ahogada. Pintura que representa un grande testimonio social con una impresionante percepción y sensación estética. Pintura que fue rechazada por el clero, porque la iglesia no podía aceptar el hacerse presente de Dios en los acontecimientos de la vida diaria.
Giulio Carlo Argan escribe «…en Caravaggio el valor del arte no está en la nobleza de los contenidos y de las formas, pero en el fervor del hacer, sino en el modo con que la acción del pintar realiza la intencionalidad, el empeño moral del artista. Lo que se halla en la obra no es otra cosa que un tiempo, un fragmento de su existencia».

En su fotos la presencia de los rostros es fundamental. Cuál es la lectura que usted hace de este hecho?

La única parte del cuerpo humano que permanece, necesariamente, casi siempre descubierta, es el rostro. Y es gracias a aquella desnudez que los seres humanos se lanzan las primeras señales; que empiezan su juego de acercamiento. De aquella desnudez se pueden casi enseguida intuir simpatías o antipatías, acogida o desconfianza, disponibilidad o rechazo. Un rostro, una mirada, un gesto pueden revelar el modo en que un hombre pasa por la existencia. Percepciones y sensaciones se ponen nuevamente en juego.
Siempre me he fijado mucho en la pintura frontal de los antiguos iconos, tal vez porque cuando era muchacho, un docente universitario de literatura rusa, Alessandro Ivanov , nacido en Rusia de madre friulana - el Friuli es la región de Italia donde yo nací - pero arrastrado de niño a Italia durante la revolución bolchevique, empezó a hablarme y a revelarme arcanos secretos durante nuestros encuentros casuales en las tabernas de la ciudad de Udine. Me hablaba de tiempo, espacio, “profundidad” presentes en el icono aunque no visibles porque no representables. Eran el tiempo y el espacio de un mundo posible sólo como proyecto divino, inmutable, definido y definitivo: sin alguna oportunidad de intervención humana.
Los contornos de las figuras claramente marcados, imágenes sin fundar, aplastadas sobre el único plano de la superficie concedido y representantes siempre a los principales protagonistas de la tradición religiosa cristiana.
En términos fotográficos puedo decir con un enfoque sobre el único plano, superficie posible. Otro encuentro en aquello primeros años ‘70, fue con el espléndido film de Andrej Tarkovskij sobre la historia de Andrej Rublëv, pintor de iconos del 15° siglo.
Aunque muy joven, trabajaba ya en un laboratorio fotográfico como impresor, y mi formación fotográfica estaba en completo desarrollo. Es probable que las descripciones del profesor y aquella película vista más y más veces, hayan dejado en mí huellas tan fuertes - y la edad era aquella justa - como para influenciar mi modo de fotografiar hasta hoy, también cuando trabajo como reportero.
Es evidente que el ojo que mira aplasta, y el sentido de los iconos era precisamente éste, mientras es el cerebro que ve y reconstruye el volumen, busca la profundidad. ¿Y qué son profundidad y volumen? ¿Qué es lo que se puede leer si no lo que se puede vivir?
Del primer encuentro con las pinturas cristalizadas, congeladas sólo sobre un plano de la verdad, que coincidía con mi primera experiencia fotográfica, pasó mucho tiempo.
Del pozo de la memoria se levantan todavía aquellas imágenes: pero si permaneció algo con respecto a la composición de la imagen, a lo frontal, al interés por el rostro y la figura humanos, por supuesto hay más niveles de lectura. Ninguna verdad absoluta.
Entonces alrededor de aquel centro permanece un rostro, una figura, que sobresale con detalles no menos importantes: pala, cava, machete, manos, nudillos de mano, sombreros, cobijas, boles, cabañas, bebés recién nacidos, perros y también el paisaje a su manera está bastante presente.
Las «expresiones de la felicidad o de la melancolía no sólo marcan un rostro sino son el rostro de aquella persona» son la suma de todas sus edadas, de los estados de ánimo, del espacio y del tiempo de sus vidas. Para ser protagonistas de sus vicisitudes humanas, para cambiar una condición no inmutable, que no puede aislar los acontecimientos de sus causas, cortar las raíces de los hechos.
«Cuando la carne es un paño estrecho que reviste el esqueleto con exactitud, cuando el viejo sastre de los cuerpos trabaja en economía y calza caras con la piel tensa: entonces aquellas caras mudas, inmoviles cuentan», dice el escritor Erri De Luca hablando de estas fotografías. Como los iconos religiosos, mudos, inmoviles, pero conscientes. No somos nosotros que miramos una buena fotografía, sino son ellos que nos miran. De esta forma aquellos rostros llegan a ser representación de mis emociones, un modo para dar forma a mi pensamiento.

Quiero decir dos palabras más sobre otro trabajo que tiene que ver con el rostro, esta vez con rostros marcados por el tiempo, y que se materializó en estos últimos cuatro años.
Son los rostros de los partisanos italianos y franceses, - Ustedes los llaman guerrilleros - que he fotografiado después de haber pasado muchos años de la liberación de Europa del nazifascismo.
«Lugar infestado por pandillas -carretera Cividale Udine- transitar sólo con escolta» estaba escrito a lo largo de las calles de Europa de estas caras con 65 años de menos encima.
La toma repetitiva y cerrada, como se acostumbra hacer con las fotos señalizadora de delincuentes, de bandidos, que se fija en el rostro: mejor todavía en los ojos.
Los ojos, único punto de enfoque, único centro que tal vez queda de un tiempo salvado.
Pero la memoria parece deslizar, escapar de aquellos ojos sobre los planos del rostro que poco a la vez se desenfoca, y el espacio, aquel espacio de la vida por lo que habían combatido, borrado.
Con la pérdida de la memoria arriesgamos perder la continuidad de significado de y juicio.

Qué posibilidades brinda a la imagen fotográfica el blanco y negro?

Alguien escribió que empleo un lenguaje fotográfico « programáticamente arcaico», probablemente porque utilizo sólo el blanco y negro y además en un cierto modo. A esta observación, yo añado que pienso en blanco y negro. Todas las imágenes que se me ofrecen, también en sueño, están en blanco y negro… producto tal vez de una « descomposición química de un lenguaje natural». Y es como si a este blanco y negro todo llegara de una extrema oscuridad y se manifestara a través de los sutiles, infinitos matices de los grises. También cuando imprimo mis fotos, cosa que hasta hace algunos años he hecho siempre yo mismo, antes de encontrarme sin cámara oscura y ahora también con la pata que el mercado ha decidido poner - es algo extremamente difícil encontrar papel fotográfico y cuando hay, me parece que de plata queda bien poco adentro -no consigo soportar luces altas, blancos disparados y fuertes como se dice en la jerga fotográfica, tanto que pongo todo mi esmero para buscar un poco de gris también donde no se ve, como queriendo ensuciar la impresión fotográfica y sacarle un contraste bien evidente en la gama de los grises. Según siempre lo que dice Erri De Luca, estamos hechos “del gris del polvo en el suelo y del soplo de un viento”.

El blanco y negro en fotografía ofrece otro modo de interpretar y expresar la realidad: con más profundidad, con más necesidad de escuchar. Un vez más como Tarkovskij en su Andrej Rublev, donde el color llega sólo en presencia de los iconos y luego termina de nuevo con unos caballos en blanco y negro o bien en el film de Win Wenders «El cielo sobre Berlín» donde el blanco y negro es algo íntimo pero totalmente real.
Por supuesto no tengo nada en contra del color y conozco la importancia de la superficie, pero en algunos casos pueden ser factores que disuaden (distraen) para que todo sea demasiado elegante y fácil: una estética persuasiva, alisa, plastificada, color que hace demasiado ruido, una publicidad junto a una guerra…
El blanco y negro murmura de un tiempo largo, pero es necesario ponerse a escuchar el murmullo de fondo que lleva adentro, casi una infancia del mundo.

Hasta ahora logré guardar una justa distancia de la fotografía digital y prefiero pensar en tiempo presente… cuando todavía en mis viajes me cargo con bolsas de películas fotográficas y luego necesito la ayuda de alguien para guardar y proteger el material realizado que revelaré sólo una vez regresado.
La fotografía digital por supuesto ya ha obtenido resultados económicos importantes: quién no tiene hoy una cámara o mejor un teléfono móvil digital… todos pueden sacar fotos en todas las condiciones y sin hacerse ver, si es necesario. Pero prefiero todavía la fotografía cargada de intencionalidad, de memoria, de emoción, y espero que el blanco y negro pueda tener este futuro.

Desde Latinoamérica nos damos cuenta de la actitud casi xenofóbica de la politica europea hacia los migrantes. Usted se ha planteado un proyecto fotográfico sobre este tema. Cuál es su criterio?

Europa no logra sacudirse de encima una visión todavía de alguna forma tolemaica, eurocéntrica de si misma, arriesgando a encerrarse. Esto por lo que se refiere a un concepto de Europa de los pueblos: abierta a todos los pueblos.
Problema que no pertence absolutamente a las nuevas sociedades financieras… ¿transeuropeas?… que a través las bancos, y no sólo, no temen confines geográficos.
Europa, infinitesimal parte de la tierra, está buscando muy rápidamente remover de la memoria su historia, que ha sido de inmigración interna y emigración hacia el resto del mundo. De tipo sea económico sea político.
E Italia en particular… que está pasando hoy - ¡ahy de mí! - por una peligrosa «urgencia democrática» interna, y parece haber olvidado de prisa toda su historia, representando ahora la punta loca del iceberg. Un país que parece completamente narcotizado y cautivado por una pesadilla, donde han echado raices el miedo al otro, el egoísmo, la xenofobia, el rechazo del pobre… también local. Un primer ministro, que tampoco quiero nombrar porque sólo el nombre me pone en un estado de desolación planetaria, que no ahorra términos de “italianidad” que opone a “multiculturalidad”, mientras se abandonan a la deriva millares de emigrantes no respetando de esta forma a ninguna convención sobre los derechos humanos, escritos o no escritos que sean. El asilo, palabra que un tiempo era motivo de orgullo cívico y civil, ahora ha sido transformado en vergüenza e irresponsabilidad criminal, con el pretexto de luchar contra una inmigración económica disfrazada de destierro o de fuga de las persecuciones políticas, a través de un uso omnipresente y espectral de la policía y de las leyes. Una Europa que no deja de precisar que sus origenes religiosas y culturales son cristianas y ofrece cada mes de diciembre su dulce, hipócrita retórica navideña, removiendo completamente la noticia de aquel primer peregrino sin visa huyendo de Belén.
No: ningún proyecto fotográfico sobre este tema, por dos razones: la primera es que al menos hasta hoy he sido arrastrado por mi perverso sentido utópico hacia una fotografía que contiene por lo menos una pizca de esperanza; “una grabadora” que documente los acontecimientos en favor de quien es el protagonista, y que se llene de la riqueza ofrecida por las potencialidades del ser humano… y contemporáneamente algo que no coincida totalmente con lo que se tiene a la vista, sino que vaya más allá… y que pueda hablar y contar de una identidad terrestre, y no de la violencia de ser extranjero.
La segunda es que el ritmo de mi ir siempre ha sido bastante solitario… ‘anarquista’… como de un flâneur del ‘800 en lugar de un eficaz empresario de proyectos que conllevan una estructura diferente, compleja, …y, desde hace demasiado tiempo, estrechamente comprometida con el mercado, el dinero y el puro consumo.
También los proyectos llamados humanitarios usan exactamente los mismos criterios del mercado… visibilidad, presencia, publicidad, eficiencia: estructuras que buscan dinero. Los resultados de este proceso están bajo nuestros ojos: dispersión, desorientación, destrucciones ambientales en nombre del desarrollo, eliminación de saberes e imposición de modelos masificado y cada vez más alienados. Un mercado que revuelve a su paso cada forma de vida alternativa dejando al pobre miserable y criminalizándolo por esto. Si el proyecto es éste entonces… cuando puedo ir, prefiero echarme adelante y estimular la independencia de la imaginación, el deseo de buscar “alternativas”.
Así nació también uno de los trabajos que quiero más, y precisamente en casa de Ustedes, entre los Andes del Chimborazo, en la zona de Guamote: fotografías de Parteras. Y esto gracias a la ayuda de Myriam Buitròn, que no conocía antes de desembarcar en Quito.
También en mi país un tiempo existían las Parteras. Les decían comadronas. Pero ya a partir del ‘800, la profesión fue primero domesticada, luego pasó a ser subalterna y debajo del control de la ciencia médica.
Las comadronas desaparicieron completamente algunos años después de acabarse la segunda guerra mundial (1945), hoy trabajan en los hospitales, ya no se llaman parteras o comadronas y proceden de otras, diferentes experiencias.
Ahora ya se pare sólo en hospital, supuestamente corriendo menos riesgos, pero en un « dimensión de humanidad destruida por la atmósfera aséptica y desinfectada de la medicina conjugada solamente al masculino», que favorece, aconseja el cesáreo también cuando no sirve, porque sale dos o tres veces más caro del parto normal y creo, imagino, es parte de un proyecto económico empresarial. Y también en este caso, Italia se distingue para su eficiencia.
A finales de julio me iré a Brasil, según lo que me propuso una pequeña organización Onlus de Udine, con un programa bastante abierto y también visitaré nuevamente a los Sem Terra brasileños, que a pesar de Lula, me parecer no gozan de buena salud. Y de allí, hacia Bolivia.
Quién sabe que, gracias a película fotográfica o archivo digital que sea, no se vuelvan verdaderas las palabras de John Berger sobre la fotografía: es «el anuncio de una memoria humana, social y política, todavía no realizada».
Si el sistema en su entereza ya puede homologar cada tipo de fotografía, la tarea del hombre que fotografea posiblemente puede ser ésta que define Berger, para no pasar a ser él mismo, el fotografo, mercadería estandardizada.